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Volver a Empezar en Pascua (para leer)
Salimos una vez más, como cada día, a cumplir con las exigencias laborales para poder acercar a cada hogar las informaciones cotidianas. Como cada día, aunque ya casi nada es lo mismo desde aquel lejano 20 de marzo, aquel viernes que inició la cuarentena, rebautizada como aislamiento social, preventivo y obligatorio.
A poco menos de un mes de distanciamiento con los demás, parece en realidad mucho más tiempo, más días los transcurridos desde que en función de priorizar la salud, estamos sobreviviendo como si la vida misma se transformara en una película post apocalíptica.
Una vez en la redacción, mientras cada uno prepara su propio mate y dispone su espacio para la actividad, se comparten comentarios de las vivencias particulares y cotidianas que se vuelven coincidentes en su mayoría.
Despertar con una sensación de inestabilidad e incerteza, por la amenaza que lanza el virus sobre nuestros cuerpos, nuestros afectos, nuestras prácticas cotidianas. Aun así, le puse empeño: fui hasta el espejo, me peiné -todo lo que se puede-, como un ritual de la antigua vida que no he abandonado: mirarme al espejo y buscar mi mejor versión para afrontar el día, confiesa Eduardo mientras desliza por última vez la palma de su mano sobre su irregular cabellera.
Diarios. Desayuno. Orden y limpieza de lo que dejó la noche. Charla matutina, un poco sobre el presente y mucho sobre el futuro. De a ratos estoy callado –dice Alejandro-. Pienso en los afectos. ¿Qué va a ser de mí cuando termine la cuarentena? ¿Qué va a ser de nosotros cuando termine la cuarentena? Son tantos los que me pasan informes que ya no recuerdo quien del hospital me dijo con resignación: “estamos seguros de que nos vamos a contagiar”. Ante tan tajante afirmación, aquí estoy, pensando que yo no me contagiaré. Voy a cuidar mis pasos, controlar hasta los mínimos detalles; como hice hasta ahora en que la pandemia no pudo conmigo. Pienso vehementemente que así será, quizá como un mecanismo de defensa y fortaleza que me permita continuar. Debo continuar. Lavandina y las rutinas aprendidas me aseguran el éxito en mi fortaleza de unos pocos metros cuadrados, pues sé que con estos recaudos mantengo prudente distancia del enemigo invisible.
A medida que pasan los días las charlas con los hijos encuentran temas insospechados; a veces motivados por sus maestras o profesores que estimulan tareas para todo el grupo familiar. Los tópicos dominantes: pandemia y estudios, y planes creativos para abordarlos. Luego a disfrutar mientras lavan trastos, organizan su propio espacio en la casa. “Qué bueno que no sientan fuerte las consecuencias del encierro”, dice Javier mientras en cierto modo agradece el aislamiento en tanto este permite reencontrarse o fortalecerse con afectos que en la anterior cotidianeidad se pierden en la rutina.
Además, están los que llegaron con la virtualidad, con lo inasible. Son, y no son, y cuando todo sea nuevamente concreto, palpable, van a esfumarse como llegaron. Sé que cuando esto termine van a evaporarse.
Para Sebastián el plan de hoy fue distinto al de otros días. También pasamos por ella en la semana: la compra. Nada del otro mundo, excepto en este contexto donde impone toda una logística que requiere del permiso para el tránsito, de lanzarse a las calles desiertas, y si no están tan vacías, llenan el aire de temor. Nos miramos con cierta desconfianza, celosos al compromiso del saludo cordial, ese del apretón de manos o del abrazo que no quiero perder en la costumbre de ofrendarlo. Me inquieto. Chequeo que estos dos estén a una distancia prudencial de mi cuerpo, no quiero al virus conmigo. Me impaciento, quiero salir de ahí cuanto antes y llegar a casa, donde tengo todo bajo control. Salgo apurado del local. No quiero seguir ahí, cerca de gente que no conozco, que no sé qué baranda tocó, en qué mostrador apoyó las manos. ¿Habrá estornudado con el codo? ¿Se habrá lavado 20 segundos? ¿De dónde viene?, se pregunta y luego cierra el relato. Salgo finalmente de allí y policías con barbijos me trasladan a mí la pregunta. Muestro el papel, y sigo. Mientras retorno, el sentimiento de incertidumbre y opresión va en aumento.
Hay momentos en que, a pesar de tener que salir, uno no quiero hacerlo. No quiere volver a la calle, a los otros, al peligro. Vamos aprendiendo a disfrutar de los días de encierro. Son plácidos, a su modo: los afectos cerca, hijos, libros, música, charlas con los que quiero y de lo que sea. El encierro nos pone creativos, nos fortalece.
Luego ya nada será igual. Ni los otros, ni la calle, ni mi fortaleza para enfrentar los peligros, ni las charlas, ni los libros, ni las películas. Los hábitos no serán los mismos, la forma de vincularme con los otros tampoco. Yo necesito abrazar, tocar, sentir al otro con el cuerpo; además de los ojos y las palabras. ¿Cómo voy a hacer ahora?
¿Cuándo venzamos al enemigo invisible, estos hábitos de higiene y limpieza, serán para siempre?, ¿el guardar distancia y respetar el espacio del otro será así de simple, seremos capaces de realizar las actividades on line?
Todos estos pareceres, interrogantes, miedos, descubrimientos, aprendizajes…que nos va dejando el aislamiento social, los vamos haciendo propios mientras terminamos con los preparativos. Saboreo un mate más mientras observo por última vez la página en blanco que, segundos después se llenará de conceptos y apreciaciones.
Sebastián testea la radio y la canción de Lerner tapa la conversación: “…que no se apague el fuego, queda mucho por andar, y que mañana será un día nuevo bajo el sol, Volver a empezar…”.
Recuerdo cuando en días como estos, de Semana Santa, la radio se impregnaba de música sacra, motivando días de reflexión, de soledad, de oscuridad, de oración.
La vieja canción de Lerner impulsa hoy a la reflexión: Volver a empezar. La Pascua es eso: dar un paso decisivo para volver a empezar. Pasar de la muerte a una vida renovada.
Desde la fe y convicción cristiana, la resurrección nos impulsa a recomenzar con una mirada esperanzadora.
El aislamiento seguirá; “aún no se acaba el juego”, pero tenemos la certeza que venceremos. Del mismo modo que Cristo venció a la muerte con su resurrección. Esa es la Pascua.
El día que acabe este juego y haya que recomenzar sea desde la perspectiva pascual, desde la esperanza y la fe. Ese es el deseo para todos.
La canción termina y la característica radial rompe el hechizo. El teclado de la computadora espera ser digitado. Lo siento, hasta aquí llegó la charla: la actividad pide “Volver a empezar”.
FELICES PASCUAS LES DESEA LA DIRECCIÓN DE PRENSA